jueves, 8 de julio de 2010

San Bernardo III (agosto 2008)

Como la inclinación se hace cada vez más fuerte, me pongo de cara a la pendiente, como si subiera por una escalera, hago los escalones con la puntura de la bota; pero cada vez la nieve está más dura y ya pasamos 60º de pendiente, la técnica frontal es muy cansadora, pero aún así seguimos. Los gemelos y las pantorrillas trabajan mucho, sobre todo porque llevamos una mochila pesada. El peso recae siempre sobre los pies, pero esta vez únicamente sobre las puntas delanteras de los crampones. El piolet me ayuda a autoasegurarme. Esto implica hundir el mango del piolet en la nieve mientras los pies están seguros y no los muevo hasta que los pies vuelven a estar en una posición estable.



Hay algo de irreal en la percepción que tengo de mi compañero y de cuanto me rodea... Sonrío interiormente ante la miseria de nuestros esfuerzos. Me contemplo desde fuera haciendo estos mismos movimientos. Pero el esfuerzo queda abolido, como si no hubiera pesadez alguna. Podría pensar que este paisaje diáfano, este ofrecimiento de pureza, no es mi montaña. Al mismo tiempo, me aprieta la alegría; soy incapaz de definirla. ¡Es todo tan nuevo y tan extraño!

En un segundo, resbala, no se aferra al piolet, intento frenarlo, me lleva con el; la velocidad es muy alta y sólo pienso en detenerme.

Mientras caigo extrañamente no siento ningún miedo, ni el menor rastro de desesperación, ningún sufrimiento, más bien una suerte seriedad reposada, una profunda resignación, una controlada seguridad, tal vez cierta agudeza espiritual; sin embargo mi actividad intelectual, multiplica por cien la intensidad y la velocidad del proceso.

Le grito que lo clave..., no frena, aumenta la velocidad. Yo veo como sigue en caída libre hacia las piedras; sin embargo mi piolet se clava; me doy violentamente la vuelta y quedo con el autoseguro aferrado a nada; mientras veo como el sigue hacia las piedras, golpea y queda inmóvil. Más abajo veo al resto como miran incrédulos que es lo que está pasando. Yo he rodado 40 metros y el más de 80, hasta golpear en las piedras y quedar inmóvil. Pienso que está agonizando, es un golpe fuertísimo.

A los gritos me preguntan si estoy bien, que no siguen subiendo y que espere ahí. Claro, no puedo ir a ningún lado; mis piernas cuelgan, y me duele el hombro del tirón. No puedo darme vuelta; estoy de cara al valle, y el piolet apenas me sostiene.

Me pongo a pensar cómo y por qué me detuve. Mi corazón late aceleradamente. Me duele la cabeza – y el resto del cuerpo también –. Siento nauseas. Pienso que hoy no era el día; me acuerdo y me digo por no estaré corriendo en el parque. Pienso en mi madre muerta, quiero que sea ella que me saque con un helicóptero, pienso aceleradamente en los metros de cuerda que tiene el “guía” –que no está ni a la vista- para que me bajen asegurado.

Contemplo la eventualidad de una escapatoria con absoluta objetividad, no caigo en la confusión. El tiempo parece dilatarse. Mi cerebro se mueve con una velocidad fulgurante, a continuación se produce una visión súbita del pasado en su totalidad. Pienso en muchas cosas..., hace unos días la vida en Buenos Aires fluía; hoy es el día del niño y la feria del juguete fue ayer, pude haber aceptado una invitación e ir con mi sobrino Marcos.. No dejo de pensar en esto, las montañas tienen un efecto muy particular sobre mí; pienso en mis proyectos en el llano, en aquellos atardeceres, de una belleza inusual en Puerto Madero, fueron momentos que, como en las montañas me siento a gusto. Los dioses, como siempre, cuando quieren confundir a los mortales los abruman de belleza.

El momento de la caída está siempre en presente, no hay futuro aunque esté en movimiento; el futuro no es más que una cruda realidad; sólo me afecta el presente, me afecta todo lo que me está pasando en este momento; me siento privado de poder imaginar el futuro.

De repente, no quiero hacer ningún esfuerzo más; me digo que por qué hoy no tuve una buena comunicación con mi cuerpo, me estaba avisando de algo malo. Estaba funcionando al 110 % de mis posibilidades. Mi margen de seguridad estaba sobrepasado.

En la cresta existe un pequeño abrigo natural que se asoma sobre la vertiente de lo que llaman la capillita. Allí podríamos habernos refugiado. Hace mucho frío, pero ya no voy a llegar ahí. quiero que me bajen y yo no quiero hacer esfuerzo. 25’ después llega uno de mis compañeros de cordada; me pone un piolet debajo de mi pie; y unos minutos después de recobrar la fuerza, me doy vuelta. Descanso.

Me ven la cara; parece que ha sufrido una transfiguración. Mi rostro –me dijeron- tiene muestras de una mezcla confusa de sentimientos. La mirada refleja una felicidad intensa, como si acabase de quitar un velo de sombras de los ojos y volviera a percibir el mundo con toda intensidad. Yo siento algunas lágrimas que me resbalan por mi cara como si el costo de aquella liberación hubiera sido muy alto.

Por momentos pensé en dejarme caer; sólo me preocupaba el golpe que me daría y el dolor que tendría; trato de ver por dónde descenderá aceleradamente mi cuerpo inmanejable y qué piedras serán las que el destino debería hacerme esquivar. Pienso en cuánto me protege el casco que llevo. Pienso que soy demasiado joven para morirme, no quiero hacerlo.

El “gerente” se incorpora pero sigue sentado sobre algunas piedras que están por ahí, se limpia la sangre de la cara. Al cabo de un tiempo logro bajar 40 metros hasta las piedras. Ya no puedo caminar seguro; siento que perdí toda mi confianza, me gustaría que alguien se haga cargo de mi. Nada de esto sucede en la montaña, tengo que hacerlo solo; me saco los grampones y comenzamos, muy lentamente a descender, ya no por la canaleta, sino por las piedras, hacia la derecha, por una vía que termina en la aguja cava.

Una hora después, y recuperados del trauma, llegamos a la aguja; descansamos, nos miramos, nadie habla; no nos decimos nada. Yo estoy enojado conmigo; con todos. Me faltan esas palabras dichas en voz alta.

No lo hicimos. La simple constatación de que no estábamos muertos era ya suficiente para nuestros mermados sistemas nerviosos. Dimos ese perdón por otorgado y me quedé, con la duda infinitesimal de la realidad de esa comprensión mutua.

Pienso: -“el que se exige entre compañeros que suben una montaña juntos, no deben olvidar que cuanto mayor es la sensibilidad mayor es el placer, sí, pero también –pienso- lo es el posible dolor”

Decía Mark Twigh que su mayor ventaja en montaña era el número de fracasos que había cosechado. Se había bajado de tantos sitios que no tenía ninguna duda acerca de su capacidad de sobrevivir a cualquier retirada. Yo también soy capaz de bajarme de muchas montañas. Capaz psíquicamente y capaz técnicamente, pero hoy siento que no lo hice!

Encaramos aquel descenso con muy diferentes actitudes. Algunos estaban liberados y no parecían sentir el cansancio muscular. Yo, liberado de preocupaciones muy diferentes, encaré aquel descenso con la desconfianza que me aconsejaba alguna experiencia.

A una de las mujeres le cuesta descender; le tiemblan los labios, las piernas y en un momento cae de frente, da duro contra una piedra y se marcó la frente; se aguanta nuestras miradas sin pestañear.

Mi fatigado cerebro deja que afloren algunos sentimientos que llevaban apagados desde el resbalón... ahora es resbalón!, me digo. Hace algunas horas fue una rodada casi mortal, por qué soy así?, por qué me cuesta poner en contexto las cosas?. Sometido a un esfuerzo agotador mi cuerpo reduce sus capacidades y el cerebro detiene los procesos más racionales y se queda con los básicos.

De a ratos y mientras descendía, seguía pensando en la idea de que mamá me bajara de ahí, esta idea absurda, no sólo porque ella esta muerta, sino porque ya no era un niño, para que ella me sacara de los problemas en los que solía meterme. Esos segundos en los que había pensado que era mejor estar corriendo en el parque y no escalando una pared de hielo y nieve dura para la cual no estaba preparado todavía, y que automáticamente y como queriendo engañar al destino, había dicho en voz baja, “...prometo no volver a hacerlo o prometo que cuando vuelva, si salgo de acá... haré esto o lo otro pero por favor, quiero salir de acá sin dolor.
Seguimos bajando, ahora lado del corredor de nieve de la aguja, que nos trae muchos problemas.

Bajar tras pasar por una situación difícil proporciona siempre una visión de la vida extrañamente distanciada, como si la perspectiva hubiese experimentado una sutil alteración congelada temporalmente en esas decisiones en blanco y negro que te ofrece la montaña. Cosas que antes te parecían importantes, te ponían nervioso y preocupado, parecen ahora insignificantes. Dinero, planes a futuro, seguridad, todo lo que parece el fundamento de la vida moderna, es irrelevante. Por un corto instante la realidad se limita a estar vivo y a disfrutar los placeres insospechadamente simples, como estar con los dos pies sobre algo firme.

En la vida hay mucho más de lo que nos han enseñado a esperar de ella. Con el accidente me parece haber aprendido que es lo que significa estar vivo, y cuán frágil y preciosa es la existencia, hay tanto que perder en un segundo de descuido y tanto que disfrutar cuando uno conoce el valor de la vida.

"¿De qué naturaleza son las sensaciones que experimenta en los últimos segundos de su vida la persona que sufre un repentino accidente mortal? Se dice que suelen imaginar frecuentemente algo horrible. Se piensa en la desesperación extrema, en el mayor sufrimiento y en terribles dolores, y a continuación se intenta encontrar en las expresiones desfiguradas de los muertos la deformación producida por el miedo.

Pero sin embargo, esto no es así, me dice el “gerente”, mientras caía no sentía ningún dolor, tampoco miedo paralizante. Sin embargo, mi mirada sobre su caída, no es lo que el piensa, no cabe duda que presenciar la caída de otra persona es incomparablemente más penoso en cuanto a la momentánea sensación subjetiva y del recuerdo, una vez que paré en mi caída, mi cuerpo y alma quedaron temblorosos, incluso tuve cierta incapacidad para moverme; sin embargo el, que cayó, si no se hirió gravemente, está más allá del sufrimiento y del terror."

Ahora más tranquilo, pienso en esta oportunidad única para experimentar cierto incremento de la capacidad de ver y de sentir en el límite. Seguro que muchos piensan que el montañismo es una actividad suicida; pero como decía Eugene Guido Lamer "Aquel que esté cansado de vivir debería emprender una aventura seria en las montañas. Primero atravesar la suave y conciliadora soledad de los valles, para luego, ante la grandeza intemporal de este mundo elevado, percatarse de lo pequeño que resulta su yo y de lo in[a]preciables que son sus preocupaciones y padecimientos. Entonces habrá de hollar la vía realmente peligrosa: sorprendido, experimentará por sí mismo cómo ante la violencia del viento huracanado le asaltan de nuevo las ganas de vivir. Cómo lucha y se defiende, cómo moviliza continuamente nuevas tropas de refresco para sus fuerzas físicas y espirituales, sólo para no morir. El alpinista deportivo es el polo opuesto del suicida."




A veces pienso en que soy temeroso, y sé también que nunca me podría suicidar en una pared o en una montaña alta y lejana. Esto no quiere decir que yo esté convencido de que no me va a pasar nada. No ignoro los peligros, pero en mi opinión, la muerte voluntaria no sólo no es posible en absoluto en el territorio fronterizo de la muerte. ¿Por qué? No lo sé. Sólo sé que allí arriba me aferro más a la vida que en el valle, y no he encontrado ningún caso en el que una persona que se encuentra en una situación peligrosa en la montaña haya abandonado la vida voluntariamente.

Pienso que uno no busca alcanzar la muerte a través de la "locura calculada" en una subida, sino más bien a la vida y a sí mismo. Es esta una actividad biofílica más que necrofílica donde las experiencias personales son más importantes que la meta física misma porque el montañismo está saturado de estereotipos muy marcados. Como la vida misma que contiene toda una serie de clichés extendidos, mucho fulgor de las auroras, mucho ser felices, pero muy pocas impresiones personales o espirituales. Creo que hay muchos montañistas atrapados por esta suerte de cursilería. De puras ansias de conquista. "¡Tengo llegar a la cumbre!", no son capaces de encontrarse a sí mismos, o bien por una vergüenza mal entendida, "eso no cuenta", lo silencian todo respecto a su mundo interior."

De vuelta al auto, y a Mendoza; se mezclan la alegría de lo mucho vivido con la tristeza de abandonar un lugar que ya forma parte de los sitios a los que deseas volver con asiduidad. A algunos la magia de las montañas nos deja hechizados para siempre y nos impulsa a volver una y otra vez. En estas montañas tengo la percepción que hay tanto para hacer que siempre quedan nuevos sueños, y si puedo, seguro que volveré a cumplirlos.

Ya que no se trata de alcanzar la cumbre, el éxito, entonces me pregunto; ¿dónde se encuentran las motivaciones? ¿Necesita acaso el "Yo" que se desarrolla en los límites de la muerte un continuo aporte de nuevo "combustible"? ¿Es una dependencia? ¿Soy un adicto? He tratado de darme estas respuestas, y así nace este nuevo relato.

A veces uno se confunde o se deja alentar por las facilidades en los accesos en algunas montañas, o por la moda de la escalada de consumo, que te hace adentrar en la montaña sin formación o sin experiencia mínima en algunas técnicas. Ser un escalador de altas montañas, no es tarea fácil ni rápida y no hay atajos. La buena formación es necesaria si uno no quiere correr riesgos; esa formación junto con la experiencia poco a poco acumulada, es el gran bagaje para hacer frente a estas situaciones y decisiones graves, algo que no sólo ocurre en las grandes montañas, sino en cualquier faceta de la vida. La formación cuesta tiempo y dinero, pero que mejor inversión que en la vida de uno mismo.

La escalada en nieve y hielo, como cualquier actividad que se desarrolle en un medio tan cambiante y ajeno al ser humano, se aprende despacio y desgraciadamente en nuestra acelerada sociedad, hay apuro para todo. Si alguna vez tuviera un hijo que quiera iniciarse en este maravilloso mundo de nieve y hielo, le diría que nunca tenga prisa, que las montañas siempre están ahí y si hoy no es un día para subir, no pasa nada, no se trata de coleccionar montañas, vías, grados, cascadas o cumbres y menos ser el más rápido en subir y bajar de tal pico.

En muchos aspectos esta fue otra experiencia que –creo- me convirtió en un mejor escalador. Siento que aprendo muy de prisa, y que cometo muchos errores que espero no volver a repetir. Hoy necesito volver a la montaña, cuidarme más a mi mismo, evaluar mejor mis posibilidades y tener un mejor ojo para los peligros objetivos y los retos técnicos que plantea el montañismo.

Necesito aprender a bajarme de una montaña sin no estoy convencido del todo. A veces cuando pienso en lo que pasé; pienso que la vida no fue cruel en ese momento, pero si alarmantemente efímera.

En ocasiones sentimos que estamos más allá del alcance de nuestra conciencia, que de alguna manera somos mudos testigos de algo que no alcanzamos a entender hasta que la muerte, por fin, acaba con el dilema. Nos esforzamos por convertir a la muerte en una extraña, por vivir vidas seguras, por alimentar falsas esperanzas de inmortalidad y, a pesar de todo, la muerte nos define a todos. Ella no está muy lejos de la vida, y los muertos no están muy lejos de los vivos. El problema radica en que excluimos la muerte de nuestras vidas y, de ese modo, nuestros muertos se convierten en extraños para nosotros, en lugar de seguir siendo los “amigos” que alguna vez fueron.

Los días siguientes, no pude dormir... el regreso a Buenos Aires fue traumático, en más de una ocasión me pregunté por qué era necesario que corriera estos riesgos, qué buscaba con esto; a quién quería decirle que todavía estaba vivo. Siempre asombré lo rápido que pasa la vida después de algún hecho traumático y lo poco que tardan nuestros recuerdos en desvanecerse. Este hecho fortuito me puso por un momento del lado oscuro, pero al mismo tiempo me hizo dar cuenta que estar vivo, me hace vivir más.

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La única manera de conocer los límites de lo posible en uno es aventurarse un poco más allá de ellos, hacia lo que a veces parece imposible. Actuar sin temores o quedarme paralizado dejando pasar de largo "valiosas" oportunidades. Valoro mis cualidades, mis logros y capacidades, y fomento cualidades positivas. Analizo mis límites, intento superarlos o aceptarlos si no es posible. De esto se tratan mis historias.

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