lunes, 5 de julio de 2010

Lanín III (marzo de 2008)

Yo pienso nuevamente en los pioneros de finales del Siglo XIX que subieron este volcán..., esos si que eran héroes, aunque no estoy seguro que a ellos les hubiera gustado que los llamaran así. Anoto en mi libretita la palabra héroe; me digo: cuando llegue a casa busco en el diccionario que significa. Un héroe significa un hombre que demuestra una bravura extraordinaria, firmeza, fortaleza o grandeza de espíritu en cualquier acción relacionada con cualquier ocupación, trabajo o empresa; un hombre admirado o venerado por sus logros y sus nobles cualidades. Siento que siempre he nutrido mi alma de héroes y sus acciones me han motivado e inspirado. Thomas Hornbein, dijo una vez: quién necesita héroes... creo que todos los necesitamos... dónde encajan los héroes? En cierto modo, son el ingrediente de los sueños. Para mí ocupan una cumbre especial un poco menos accesible, una montaña que en el ojo de mi mente tiene grandes paredes de roca y un hielo brillante, cuya cumbre solitaria y elusiva vela un manto de nubes. Es una montaña que no puedo escalar, que nunca podré, pero sin embargo puedo soñar con ella.

Último tramo, a través del bosque; me encuentro con un Eichenbaum (roble), arranco algunas hojas de Eiche para traer a Buenos Aires, este árbol es muy significativo para mí; sobretodo por el simbolismo de lealtad y fortaleza.

La luz del sol parece filtrarse por un crisol entre los huecos que dejaban los cúmulos cincelados ya por el calor que los evaporaba. Me da un poco de bronca que el sol salga; pero estamos a 700 mts. sobre el nivel del mar, ya estamos casi en la normalidad. Miro la cambiante tonalidad del cielo tras la tormenta que crea una atmósfera de ensueño; me siento como si flotara en aguas tranquilas de un meandro, contemplo las nubes que pasan. Se que tan sólo se trata de ver la belleza que tengo ante mis ojos para olvidar la fealdad de lo que acababa de suceder.

Cuando las nubes se disipan en capas más pequeñas, separadas y blancas, recuerdo algo que me habían contado: que las nubes son balsas para almas que han roto sus lazos con la tierra y derivan hacia el paraíso. A medida que las almas ascienden, los colores se aclaran, se refinan, miro al sol que sae detrás de una nube y una luz intensa arrasa con mis retinas.

La esencia de la belleza sólo puede apreciarse bien cuando se contrasta. El tic-tac de un reloj sólo existe por el silencio que lo rompe. La música es mitad silencio, mitad sonido. Las montañas son para mí los silencios a medias. La paz y la belleza del valle no me dicen nada sin la sombría y amenazante presencia del bloque de piedra que está encima.

Cuando regresamos en la camioneta, busco torpemente el celular, quiero saber si tengo algún sms. Claro... no hay señal, ni la habrá por los próximos 70 km. Sonriendo por lo que pudiera encontrar, lo miro a mi compañero y el sonríe también abiertamente; no sé si porque sabe que busco algo, o porque también lo está disfrutando. Ahora tenemos la situación controlada. Todo va bien. Es para estar contentos. Aunque nuestros planes de subir el Lanín han chacado contra el viento y no podrá ser, me gusta que podamos retirarnos en calma. Tomar decisiones correctas y actuar de manera competente en una situación tensa es tan satisfactorio como triunfar en una ascensión. Haberlo logrado hubiera puesto otra anécdota en mi vida en la montaña. Yo tenía decidido subirlo mucho antes de escribir este relato, así que esto no está planteado como crónica de una escalada y no dependía de que tuviera éxito, ni mucho menos. Lo que me interesan son las barreras psicológicas que tengo que afrontar, los miedos, las flaquezas personales que pueden aflorar.

Las viejas preguntas que me hago casi siempre; adquieren un nuevo significado; conozco los riesgos, qué es lo que empuja a la exploración de lo desconocido ha llevado a la humanidad al punto donde se encuentra hoy. La búsqueda del conocimiento, estar dispuestos a aceptar riesgos para obtener un resultado incierto, ha permitido que la gente progrese espiritual e intelectualmente. El gusanito de descubrir nuevos límites sigue acompañándonos a muchos en todas las facetas de la vida. Los que oímos esa llamada y la llevamos a cabo (en la vida y en la montaña) somos afortunados. Para mí estas cosas y cada vez mas –y aunque a veces duelan las ampollas –en los pies y el corazón- consiste en explorar el alma, y ganar confianza y lecciones, que aprendo intentando algo difícil e improbable. Nuevamente, recuerdo cosas que me han dicho: “no tengas miedo de estar solo con vos mismo en la montaña, cuídate”.

Unos días después y con unas jarras de cerveza en la soleada terraza del hotel nos relajaron lo suficiente como para empezar a hablar de lo que había sucedido. Yo parezco reacio a admitir que la movida había sido peligrosa, hasta el punto en que había empezado a dudar de si la decisión había sido la acertada o no.



Los ascensos tienen mucho de mental, el equilibrio entre atreverse a cualquier cosa o que los nervios puedan con uno es muy sutil. Tal vez seguía pensando que todo es posible cuando uno se deja llevar por lo que siente, y yo seguía pensando, que tenía todo para subir.

Repaso todo lo que he aprendido y lo anoto en la libretita de apuntes. Anoto las pequeñas cosas que me hacen feliz: Testear el equipo; vestirme de “andinista”, comprobar mi buena condición física.

Escalar me enseña como mirar las montañas, leer sus secretos y aprender de las alturas. Más recientemente, pero sobre todo desde que empecé a escribir, me enseña a mirar a la gente (yo incluido); ver nuestro comportamiento, lo que nos cambia escalar. Creo que la frontera de la escalada ya no es técnica o geográfica, sino ética. De eso se debería tratar la escalada: de utilizar la tradición, la ética y la pasión por una actividad para provocar una respuesta más noble en nosotros mismos, eco de lo que nos gustaría ser..

Después de subir una montaña, a veces pienso en que no querría repetirla nunca. La siento única, intensamente personal, y nunca me gustaría perder esa perfecta sensación de ella, o la pasión que me había movido a hacerla. Siempre me pareció que esa pasión como el amor no debería marchitarse. He leído que en el amor no se deben hacer las cosas a medias, que si amas a una mujer, la deberías amar por completo, darle todo. Todavía no se si en este punto he fracasado o no. Las montañas pueden hacerte egoísta, y tal vez por esto uno nunca ama por completo a una mujer... o al menos es lo que a veces me digo a mi mismo. Creo que hay que hacer todo en la vida de manera inequívoca, con generosidad. Sin miedo a perder.

Sentado al sol, tomando otra cerveza y observando de tanto en tanto las montañas que rodean San Martín de los Andes, me doy cuenta que me cuesta dejar las montañas. En cierto modo he regresado a mis raíces, esas que me unen a las montañas, que no sé de dónde vienen.

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La única manera de conocer los límites de lo posible en uno es aventurarse un poco más allá de ellos, hacia lo que a veces parece imposible. Actuar sin temores o quedarme paralizado dejando pasar de largo "valiosas" oportunidades. Valoro mis cualidades, mis logros y capacidades, y fomento cualidades positivas. Analizo mis límites, intento superarlos o aceptarlos si no es posible. De esto se tratan mis historias.

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