lunes, 5 de julio de 2010

Lanín II (marzo de 2008)

El viento sigue soplando, cada vez con más intensidad; se siente un fuerte sonido en la lejanía; y 5 segundos después un fuertísimo estruendo sobre la carpa que se mueve violentamente. La tarde anterior estuve observado una cantidad de piedras, que ahora se me ocurre pensar que ninguna de ellas fuera movida por el viento hacia la carpa. Yo no ignoro que las caídas de piedras como los aludes tienen mucho de impredecible, pero siempre creí que la sensatez y la experiencia podían disminuir los riesgo; pensaba; la carpa estará puesta en un buen lugar?, estará bien amarrada?. De todos modos parecía injusto que todo lo planeado para escalar de la manera más segura posible se esfumara por el súbito colapso de un bloque de piedra.
Siempre vuelvo a lo mismo: las montañas no parecen estar al tanto de lo que es justo o deja de serlo.




Preocupado por el viento no soy capaz de conciliar el sueño, escucho los estruendos que golpeaban contra la carpa. Durante un tiempo hago chistes pero mis compañeros de carpa, ya no están de buen humor. Ellos están aterrorizado; la española dice que está asustada; su pareja- intenta contenerla. Yo decido, para no dejarme acorralar por el miedo, y en lugar de obsesionarme con el problema, que hay que encontrar una solución para resolverlo. En general suelo dejarme llevar por la mirada del conjunto, suelo soñar con los ojos abiertos, imaginarme situaciones ideales, -pero que para alcanzarlas– y aunque rara vez lo hago- tengo que superar algunos obstáculos. Tendría que aprender de esto me digo; sobre todo porque me es imposible no pensar en Buenos Aires.

Qué aprenderé ahora, me pregunto; casi todas las experiencias anteriores me han zarandeado hasta la médula. He tenido que aguantar algunas tormentas, reales y metafóricas, que me dejaron una sensación indeleble de vulnerable fragilidad. Generalmente después que pasa una tormenta, me encuentro invadido por una fuerza; que siempre la comparo con correr los 42.195 de Filípides. Cuando termino, siento que puedo hacer cualquier cosa. Con una suerte de exultante confianza que nace del hecho de salir ileso. Cuando supero la “tormenta” y el miedo desaparece, siempre deja lugar al asombro y este asombro siempre crece a medida que voy recordando la belleza de lo que he visto. Las montañas son así de contradictorias. Puedo recordar su belleza, pero nunca consigo acordarme bien del miedo. Tal vez porque la belleza puede verse, mientras que el miedo pasa inadvertido; y siempre es más sencillo recordad la hermosura.

En voz baja, conversamos con mi compañero.
-Sabés que podemos hacerlo –digo-. Hemos visto como es el camino. Todo eso nos ha traído hasta acá. No ha cambiado nada. Si no nos gusta, nos bajamos; sin reproches, sin disgustos. Pero tenemos que convencer al guía.
-Si lo sé. Tenés razón -me dice. Seguro que cuando esté subiendo voy a sentir perfectamente. Es sólo que... bueno, no dejo de ponerme nervioso...
-y? Somos nosotros quienes elegimos el riesgo, no la montaña.
Si- tenés razón.
-Mirá, creo que deberíamos subir mañana y echar un vistazo. Al menos intentarlo, no?.
-Si no da, bajamos todo y nos volvemos.
Exacto – coincidí- Si a alguno de los dos no nos gusta, se acabó el asunto. Nos rajamos y hacemos otra cosa.
-Tiene gracia como nos lo tomamos, no?, me refiero a los riesgos; la manera en que lo afrontamos., te acordás en el Aconcagua?
-y parece que cada vez sea distinto, verdad ?
-nunca me preocupé cuando era más joven, -ah, me dijo, eso porque la experiencia no se tiene hasta que a uno no le hace falta! Ése es el problema!
-el problema es darse cuenta de golpe de que has dejado de ser “inmortal” –digo-
-todo es cuestión de probabilidades. Unos días sos mosquito, otras el parabrisas.

Nos quedamos acurrucados todos en la carpa, en plena tormenta. Sin embargo, yo me siento feliz. Pienso que no siento que soy un mero espectador, impotente y aterrado. El mundo revienta a nuestro alrededor y nos quedamos quietos, inmóviles, hasta que me parece que nosotros también giramos, frenéticos, en la tormenta dando vueltas, desamparados en el espacio, sin ser ya humanos, sin sentir; absorbidos por la tempestad, elementales. Contemplo embelesado como se desataban estas fuerzas tremendas a nuestro alrededor.

Pienso en los suizos; ellos han llegado al refugio del Club Andino Junín de los Andes (El CAJA) y me dicen que ahí, sobre el filo, el viento se siente mucho más.
Miércoles, a las 10.00 la luz tenue del sol se deja mostrar; el viento no ha parado; la nieve tampoco, y decidimos quedarnos un día más y esperar..

A veces no sabemos que decirnos, llevamos 30 horas mirándonos. Luego todo queda en silencio y la tormenta desaparece entre murmullos y chasquidos de enojo, y yo sonrío. Una lluvia tranquila pone fin a la inclemencia

Jueves, 02:00 de la madrugada; el viento casi no se nota; nos preparamos y salimos de la carpa. Estamos listos hace más de 24 horas para iniciar el ascenso. Media hora más tarde estamos usando los grampones, y las piquetas, hay mucho hielo, y porciones de nieve fresca y de nieve polvo detrás de las grandes piedras; salimos con destino el Plateau de los 3.000 mts. Bajo el ondulante haz de luz de mi frontal, observo lo lindo que muerden el hielo mis grampones. Nos movemos con cuidado en la oscuridad. El guía espera siempre al resto; sobretodo a los españoles y al economista porteño- que viene muy atrás.

Ahora me toca a mí esperarlo. se paró y se inclina hacia delante con su piqueta para apoyarse y recuperar el aire.
¿qué tal vas? –pregunto-
muy bien –me contesta- Sólo un poco cansado.
Si seguimos a este ritmo seguro no tendremos problemas.

Parece un senderista en actividad; era economista, en estos dos días sólo había abierto la boca para quejarse de las intromisiones del Ministro de Planificación en “su” Ministerio y por eso se había ido al sector privado. No esquiaba, ni tenía experiencia en hielo me había dicho la tarde anterior pero había subido con guía a unas cuantas montañas.
-mierda, esto resbala muchísimo –dije-, al mismo tiempo que tomo aire y basculo mi cuerpo. El peso de mi mochila y el viento que nuevamente aparece me hace perder el equilibrio tirando de mí hacia atrás y eso me impide empotrarme en la postura que quiero. Me siento torpe y estos grampones, no se agarran bien en el hielo podrido. Durante un momento me siento eufórico. “estamos en el Lanín”. Por fin!, no llevas más que un par de horas en hielo y nieve, pero para mí es un momento trascendental. Incluso –pienso-, si nos dámos la vuelta en este mismo momento, podré darme cuenta lo que estoy disfrutando.
-¿animado? Pregunto.
-si mucho –dice mi compañero, y supe que sentía lo mismo que yo. El mero hecho de estar ahí ya era importante para nosotros. Noté cómo me liberaba de un montón de preocupaciones mientras estudiaba los próximos pasos. La emoción me embarga. Todo me resulta familiar, los movimientos, prepararse el material, el sonido de la montaña, un silencio roto de tanto en tanto por una piedra que cae... me doy cuanta de lo mucho que extraño cualquier montaña.

El economista “liberal” camina con dificultad; de pronto su bota resbala, junta la pierna para recuperar el equilibrio. Tal vez, como sabe que no es más que un paso, lo único que necesita es darse más valor, consciente de que luego será más fácil. La manera de recuperar confianza en la montaña –y creo que en la vida- es enfrentarse al miedo que te hace perderla. Quizás... receloso ya por lo traicionero de las condiciones, alcanza este punto crítico. Recular y recurrir a la cuerda es como admitir el fracaso. Podría dar rienda suelta a los miedos que acabaran con la confianza que le quede. Lo mira una audiencia atenta y ansiosa.

Es posible que sienta que no puede echarse atrás; apenas un paso largo y recuperará su aplomo. Es el momento de ser bravo. Para eso esta acá.

Pensamos que la nieve está dura; pero no tanto; el cielo no está despejado; no hay luna a la vista y si hay viento. Las condiciones no son las mejores. Pasamos por la derecha del planchón de nieve, evitando un sector de grietas.

Yo también me he detenido muchas veces ante un movimiento particularmente delicado. He dudado mientras trataba de reunir valor y luego he superado o alcanzado un agarré mínimo. Luego suspiro de alivio. Es la esencia de la montaña. Durante un momento que parece infinito, todo se concentra en el resultado de un 8cambio de peso, un gesto calculado del que depende todo el resultado de la escalada.

A las 6 de la mañana y después de un agotador ascenso de apenas 500 mts., el viento empieza a soplar con cierta intensidad. Le sumamos además algunas caídas de la pareja de españoles; y el guía, por una mezcla de seriedad y negocio decide que es más seguro volver. Propongo quedarnos en las carpas hasta que el viento pase, pero no hay quórum. Nadie, excepto mi amigo quiere esto. A las 10:00 estamos nuevamente desayunando, te y galletitas con salame.
11:00; iniciamos el descenso. Nosotros no queremos bajar rápido. Sabemos que el guía tiene otro compromiso y se lo queremos hacer difícil, además tal vez mañana si podamos subir sin problemas.

Paramos a tomar otro té, justo sobre unas piedras que usamos de reparo, veo las diminutas figuras de los tres suizos y su guía, aparecen en la pendiente, casi llegando al sendero de las mulas. Bajaban a buen ritmo y de no haber encontrado tanto viento y nieve, por la condición que tenían hubieran hecho cumbre. Parecían buena gente, con talento, modestos, y afables... me puse contento de volver a verlos nuevamente.

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La única manera de conocer los límites de lo posible en uno es aventurarse un poco más allá de ellos, hacia lo que a veces parece imposible. Actuar sin temores o quedarme paralizado dejando pasar de largo "valiosas" oportunidades. Valoro mis cualidades, mis logros y capacidades, y fomento cualidades positivas. Analizo mis límites, intento superarlos o aceptarlos si no es posible. De esto se tratan mis historias.

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