La única manera de conocer los límites de lo posible en uno es aventurarse un poco más allá de ellos, hacia lo que a veces parece imposible. Actuar sin temores o quedarme paralizado dejando pasar de largo "valiosas" oportunidades. Valoro mis cualidades, mis logros y capacidades, y fomento cualidades positivas. Analizo mis límites, intento superarlos o aceptarlos si no es posible. De esto se tratan mis historias.
miércoles, 21 de julio de 2010
Comentarios del blog
Este no es un blog que cada día tiene nuevas entradas. No cuento todas las cosas pequeñas, si he dormido bien o mal, si me duele algo o no.
Cuento sobre lo que las montañas y las inmensidades de los valles me producen; soy como un "libro abierto". No tengo muchos secretos - y no me da vergüenza compartir mis sentimientos. Son todos humanos.
Mis relatos son reales, sinceros, honestos, y a veces "se me va la mano" con la emoción. Supongo que es mi manera de contactar con la gente.
jueves, 8 de julio de 2010
San Bernardo III (agosto 2008)
Hay algo de irreal en la percepción que tengo de mi compañero y de cuanto me rodea... Sonrío interiormente ante la miseria de nuestros esfuerzos. Me contemplo desde fuera haciendo estos mismos movimientos. Pero el esfuerzo queda abolido, como si no hubiera pesadez alguna. Podría pensar que este paisaje diáfano, este ofrecimiento de pureza, no es mi montaña. Al mismo tiempo, me aprieta la alegría; soy incapaz de definirla. ¡Es todo tan nuevo y tan extraño!
En un segundo, resbala, no se aferra al piolet, intento frenarlo, me lleva con el; la velocidad es muy alta y sólo pienso en detenerme.
Mientras caigo extrañamente no siento ningún miedo, ni el menor rastro de desesperación, ningún sufrimiento, más bien una suerte seriedad reposada, una profunda resignación, una controlada seguridad, tal vez cierta agudeza espiritual; sin embargo mi actividad intelectual, multiplica por cien la intensidad y la velocidad del proceso.
Le grito que lo clave..., no frena, aumenta la velocidad. Yo veo como sigue en caída libre hacia las piedras; sin embargo mi piolet se clava; me doy violentamente la vuelta y quedo con el autoseguro aferrado a nada; mientras veo como el sigue hacia las piedras, golpea y queda inmóvil. Más abajo veo al resto como miran incrédulos que es lo que está pasando. Yo he rodado 40 metros y el más de 80, hasta golpear en las piedras y quedar inmóvil. Pienso que está agonizando, es un golpe fuertísimo.
A los gritos me preguntan si estoy bien, que no siguen subiendo y que espere ahí. Claro, no puedo ir a ningún lado; mis piernas cuelgan, y me duele el hombro del tirón. No puedo darme vuelta; estoy de cara al valle, y el piolet apenas me sostiene.
Me pongo a pensar cómo y por qué me detuve. Mi corazón late aceleradamente. Me duele la cabeza – y el resto del cuerpo también –. Siento nauseas. Pienso que hoy no era el día; me acuerdo y me digo por no estaré corriendo en el parque. Pienso en mi madre muerta, quiero que sea ella que me saque con un helicóptero, pienso aceleradamente en los metros de cuerda que tiene el “guía” –que no está ni a la vista- para que me bajen asegurado.
Contemplo la eventualidad de una escapatoria con absoluta objetividad, no caigo en la confusión. El tiempo parece dilatarse. Mi cerebro se mueve con una velocidad fulgurante, a continuación se produce una visión súbita del pasado en su totalidad. Pienso en muchas cosas..., hace unos días la vida en Buenos Aires fluía; hoy es el día del niño y la feria del juguete fue ayer, pude haber aceptado una invitación e ir con mi sobrino Marcos.. No dejo de pensar en esto, las montañas tienen un efecto muy particular sobre mí; pienso en mis proyectos en el llano, en aquellos atardeceres, de una belleza inusual en Puerto Madero, fueron momentos que, como en las montañas me siento a gusto. Los dioses, como siempre, cuando quieren confundir a los mortales los abruman de belleza.
El momento de la caída está siempre en presente, no hay futuro aunque esté en movimiento; el futuro no es más que una cruda realidad; sólo me afecta el presente, me afecta todo lo que me está pasando en este momento; me siento privado de poder imaginar el futuro.
De repente, no quiero hacer ningún esfuerzo más; me digo que por qué hoy no tuve una buena comunicación con mi cuerpo, me estaba avisando de algo malo. Estaba funcionando al 110 % de mis posibilidades. Mi margen de seguridad estaba sobrepasado.
En la cresta existe un pequeño abrigo natural que se asoma sobre la vertiente de lo que llaman la capillita. Allí podríamos habernos refugiado. Hace mucho frío, pero ya no voy a llegar ahí. quiero que me bajen y yo no quiero hacer esfuerzo. 25’ después llega uno de mis compañeros de cordada; me pone un piolet debajo de mi pie; y unos minutos después de recobrar la fuerza, me doy vuelta. Descanso.
Me ven la cara; parece que ha sufrido una transfiguración. Mi rostro –me dijeron- tiene muestras de una mezcla confusa de sentimientos. La mirada refleja una felicidad intensa, como si acabase de quitar un velo de sombras de los ojos y volviera a percibir el mundo con toda intensidad. Yo siento algunas lágrimas que me resbalan por mi cara como si el costo de aquella liberación hubiera sido muy alto.
Por momentos pensé en dejarme caer; sólo me preocupaba el golpe que me daría y el dolor que tendría; trato de ver por dónde descenderá aceleradamente mi cuerpo inmanejable y qué piedras serán las que el destino debería hacerme esquivar. Pienso en cuánto me protege el casco que llevo. Pienso que soy demasiado joven para morirme, no quiero hacerlo.
El “gerente” se incorpora pero sigue sentado sobre algunas piedras que están por ahí, se limpia la sangre de la cara. Al cabo de un tiempo logro bajar 40 metros hasta las piedras. Ya no puedo caminar seguro; siento que perdí toda mi confianza, me gustaría que alguien se haga cargo de mi. Nada de esto sucede en la montaña, tengo que hacerlo solo; me saco los grampones y comenzamos, muy lentamente a descender, ya no por la canaleta, sino por las piedras, hacia la derecha, por una vía que termina en la aguja cava.
Una hora después, y recuperados del trauma, llegamos a la aguja; descansamos, nos miramos, nadie habla; no nos decimos nada. Yo estoy enojado conmigo; con todos. Me faltan esas palabras dichas en voz alta.
No lo hicimos. La simple constatación de que no estábamos muertos era ya suficiente para nuestros mermados sistemas nerviosos. Dimos ese perdón por otorgado y me quedé, con la duda infinitesimal de la realidad de esa comprensión mutua.
Pienso: -“el que se exige entre compañeros que suben una montaña juntos, no deben olvidar que cuanto mayor es la sensibilidad mayor es el placer, sí, pero también –pienso- lo es el posible dolor”
Decía Mark Twigh que su mayor ventaja en montaña era el número de fracasos que había cosechado. Se había bajado de tantos sitios que no tenía ninguna duda acerca de su capacidad de sobrevivir a cualquier retirada. Yo también soy capaz de bajarme de muchas montañas. Capaz psíquicamente y capaz técnicamente, pero hoy siento que no lo hice!
Encaramos aquel descenso con muy diferentes actitudes. Algunos estaban liberados y no parecían sentir el cansancio muscular. Yo, liberado de preocupaciones muy diferentes, encaré aquel descenso con la desconfianza que me aconsejaba alguna experiencia.
A una de las mujeres le cuesta descender; le tiemblan los labios, las piernas y en un momento cae de frente, da duro contra una piedra y se marcó la frente; se aguanta nuestras miradas sin pestañear.
Mi fatigado cerebro deja que afloren algunos sentimientos que llevaban apagados desde el resbalón... ahora es resbalón!, me digo. Hace algunas horas fue una rodada casi mortal, por qué soy así?, por qué me cuesta poner en contexto las cosas?. Sometido a un esfuerzo agotador mi cuerpo reduce sus capacidades y el cerebro detiene los procesos más racionales y se queda con los básicos.
De a ratos y mientras descendía, seguía pensando en la idea de que mamá me bajara de ahí, esta idea absurda, no sólo porque ella esta muerta, sino porque ya no era un niño, para que ella me sacara de los problemas en los que solía meterme. Esos segundos en los que había pensado que era mejor estar corriendo en el parque y no escalando una pared de hielo y nieve dura para la cual no estaba preparado todavía, y que automáticamente y como queriendo engañar al destino, había dicho en voz baja, “...prometo no volver a hacerlo o prometo que cuando vuelva, si salgo de acá... haré esto o lo otro pero por favor, quiero salir de acá sin dolor.
Seguimos bajando, ahora lado del corredor de nieve de la aguja, que nos trae muchos problemas.
Bajar tras pasar por una situación difícil proporciona siempre una visión de la vida extrañamente distanciada, como si la perspectiva hubiese experimentado una sutil alteración congelada temporalmente en esas decisiones en blanco y negro que te ofrece la montaña. Cosas que antes te parecían importantes, te ponían nervioso y preocupado, parecen ahora insignificantes. Dinero, planes a futuro, seguridad, todo lo que parece el fundamento de la vida moderna, es irrelevante. Por un corto instante la realidad se limita a estar vivo y a disfrutar los placeres insospechadamente simples, como estar con los dos pies sobre algo firme.
En la vida hay mucho más de lo que nos han enseñado a esperar de ella. Con el accidente me parece haber aprendido que es lo que significa estar vivo, y cuán frágil y preciosa es la existencia, hay tanto que perder en un segundo de descuido y tanto que disfrutar cuando uno conoce el valor de la vida.
"¿De qué naturaleza son las sensaciones que experimenta en los últimos segundos de su vida la persona que sufre un repentino accidente mortal? Se dice que suelen imaginar frecuentemente algo horrible. Se piensa en la desesperación extrema, en el mayor sufrimiento y en terribles dolores, y a continuación se intenta encontrar en las expresiones desfiguradas de los muertos la deformación producida por el miedo.
Pero sin embargo, esto no es así, me dice el “gerente”, mientras caía no sentía ningún dolor, tampoco miedo paralizante. Sin embargo, mi mirada sobre su caída, no es lo que el piensa, no cabe duda que presenciar la caída de otra persona es incomparablemente más penoso en cuanto a la momentánea sensación subjetiva y del recuerdo, una vez que paré en mi caída, mi cuerpo y alma quedaron temblorosos, incluso tuve cierta incapacidad para moverme; sin embargo el, que cayó, si no se hirió gravemente, está más allá del sufrimiento y del terror."
Ahora más tranquilo, pienso en esta oportunidad única para experimentar cierto incremento de la capacidad de ver y de sentir en el límite. Seguro que muchos piensan que el montañismo es una actividad suicida; pero como decía Eugene Guido Lamer "Aquel que esté cansado de vivir debería emprender una aventura seria en las montañas. Primero atravesar la suave y conciliadora soledad de los valles, para luego, ante la grandeza intemporal de este mundo elevado, percatarse de lo pequeño que resulta su yo y de lo in[a]preciables que son sus preocupaciones y padecimientos. Entonces habrá de hollar la vía realmente peligrosa: sorprendido, experimentará por sí mismo cómo ante la violencia del viento huracanado le asaltan de nuevo las ganas de vivir. Cómo lucha y se defiende, cómo moviliza continuamente nuevas tropas de refresco para sus fuerzas físicas y espirituales, sólo para no morir. El alpinista deportivo es el polo opuesto del suicida."
A veces pienso en que soy temeroso, y sé también que nunca me podría suicidar en una pared o en una montaña alta y lejana. Esto no quiere decir que yo esté convencido de que no me va a pasar nada. No ignoro los peligros, pero en mi opinión, la muerte voluntaria no sólo no es posible en absoluto en el territorio fronterizo de la muerte. ¿Por qué? No lo sé. Sólo sé que allí arriba me aferro más a la vida que en el valle, y no he encontrado ningún caso en el que una persona que se encuentra en una situación peligrosa en la montaña haya abandonado la vida voluntariamente.
Pienso que uno no busca alcanzar la muerte a través de la "locura calculada" en una subida, sino más bien a la vida y a sí mismo. Es esta una actividad biofílica más que necrofílica donde las experiencias personales son más importantes que la meta física misma porque el montañismo está saturado de estereotipos muy marcados. Como la vida misma que contiene toda una serie de clichés extendidos, mucho fulgor de las auroras, mucho ser felices, pero muy pocas impresiones personales o espirituales. Creo que hay muchos montañistas atrapados por esta suerte de cursilería. De puras ansias de conquista. "¡Tengo llegar a la cumbre!", no son capaces de encontrarse a sí mismos, o bien por una vergüenza mal entendida, "eso no cuenta", lo silencian todo respecto a su mundo interior."
De vuelta al auto, y a Mendoza; se mezclan la alegría de lo mucho vivido con la tristeza de abandonar un lugar que ya forma parte de los sitios a los que deseas volver con asiduidad. A algunos la magia de las montañas nos deja hechizados para siempre y nos impulsa a volver una y otra vez. En estas montañas tengo la percepción que hay tanto para hacer que siempre quedan nuevos sueños, y si puedo, seguro que volveré a cumplirlos.
Ya que no se trata de alcanzar la cumbre, el éxito, entonces me pregunto; ¿dónde se encuentran las motivaciones? ¿Necesita acaso el "Yo" que se desarrolla en los límites de la muerte un continuo aporte de nuevo "combustible"? ¿Es una dependencia? ¿Soy un adicto? He tratado de darme estas respuestas, y así nace este nuevo relato.
A veces uno se confunde o se deja alentar por las facilidades en los accesos en algunas montañas, o por la moda de la escalada de consumo, que te hace adentrar en la montaña sin formación o sin experiencia mínima en algunas técnicas. Ser un escalador de altas montañas, no es tarea fácil ni rápida y no hay atajos. La buena formación es necesaria si uno no quiere correr riesgos; esa formación junto con la experiencia poco a poco acumulada, es el gran bagaje para hacer frente a estas situaciones y decisiones graves, algo que no sólo ocurre en las grandes montañas, sino en cualquier faceta de la vida. La formación cuesta tiempo y dinero, pero que mejor inversión que en la vida de uno mismo.
La escalada en nieve y hielo, como cualquier actividad que se desarrolle en un medio tan cambiante y ajeno al ser humano, se aprende despacio y desgraciadamente en nuestra acelerada sociedad, hay apuro para todo. Si alguna vez tuviera un hijo que quiera iniciarse en este maravilloso mundo de nieve y hielo, le diría que nunca tenga prisa, que las montañas siempre están ahí y si hoy no es un día para subir, no pasa nada, no se trata de coleccionar montañas, vías, grados, cascadas o cumbres y menos ser el más rápido en subir y bajar de tal pico.
En muchos aspectos esta fue otra experiencia que –creo- me convirtió en un mejor escalador. Siento que aprendo muy de prisa, y que cometo muchos errores que espero no volver a repetir. Hoy necesito volver a la montaña, cuidarme más a mi mismo, evaluar mejor mis posibilidades y tener un mejor ojo para los peligros objetivos y los retos técnicos que plantea el montañismo.
Necesito aprender a bajarme de una montaña sin no estoy convencido del todo. A veces cuando pienso en lo que pasé; pienso que la vida no fue cruel en ese momento, pero si alarmantemente efímera.
En ocasiones sentimos que estamos más allá del alcance de nuestra conciencia, que de alguna manera somos mudos testigos de algo que no alcanzamos a entender hasta que la muerte, por fin, acaba con el dilema. Nos esforzamos por convertir a la muerte en una extraña, por vivir vidas seguras, por alimentar falsas esperanzas de inmortalidad y, a pesar de todo, la muerte nos define a todos. Ella no está muy lejos de la vida, y los muertos no están muy lejos de los vivos. El problema radica en que excluimos la muerte de nuestras vidas y, de ese modo, nuestros muertos se convierten en extraños para nosotros, en lugar de seguir siendo los “amigos” que alguna vez fueron.
Los días siguientes, no pude dormir... el regreso a Buenos Aires fue traumático, en más de una ocasión me pregunté por qué era necesario que corriera estos riesgos, qué buscaba con esto; a quién quería decirle que todavía estaba vivo. Siempre asombré lo rápido que pasa la vida después de algún hecho traumático y lo poco que tardan nuestros recuerdos en desvanecerse. Este hecho fortuito me puso por un momento del lado oscuro, pero al mismo tiempo me hizo dar cuenta que estar vivo, me hace vivir más.
San Bernardo II (agosto 2008)
El baqueano –que nos guiará- dice que es posible.
Se suma un amigo que hice en el Champaquí hace unos meses, dice que quiere hacer el curso de guía de alta montaña y esta será una prueba a superar.
Somos un grupo grande, un australiano con negocios en Chile y Mendoza, tres mujeres, un gerente mendocino, otro amigo y una mujer con mucha fuerza de 60 años y modista. Algunos ya decidieron caminar con nosotros hasta la base y caminar por el valle.
7 de la mañana, suena el despertador –tarde... como siempre y todo a las corridas-, el desayuno, y a calzarse el equipo pronto. En 30’ estaremos al pie del cerro. De ascenso neto nos quedan 1400 metros. Amanece cerrado y por mucho que digan las predicciones que va a abrir, nos cuesta creerlo.
No se puede decir que el día haya empezado con los mejores presagios. El viento sopló toda la noche con muchas ganas, y aunque ya habíamos decidido no madrugar y retrasamos la salida una hora más.
Un trekking de tres horas, con una exigencia mediana, nos calienta los músculos, el cuerpo se acostumbra lentamente al peso de la mochila y a la altura, ya estamos a 2900 metros. La cabeza no me duele. Hacemos una primera parada; las mujeres del grupo quieren tomar un poco de té; el grupo aprovecha para descansar y comer algo.
Llegamos a 3000 metros, justo al pie de una canaleta de 400 metros de largo por unos 80 o tal vez 100 metros de ancho, a sus costados laderas de piedra. Hacia la izquierda la ruta normal, por un filo generoso; a la izquierda otra canaleta, que te lleva hacia la aguja cava, donde estuvimos hace un mes. Hoy tiene mucha más nieve y está congelada. Nos calzamos los grampones, el casco, empuñamos los piolets y comenzamos a subirla.
La escalada en hielo o en nieve dura se da siempre en alta montaña, y es sin dudas uno de los lugares más lindos del planeta, pero también uno de los lugares más duros e inhóspitos. La escalada en nieve se menosprecia con frecuencia, pero a menudo también pasa uno más miedo o está más inseguro, cuando se las tiene que ver con nieve durante una escalada en alta montaña. La escalada en nieve no es espectacular, pero requiere de más experiencia y de cierta capacidad para juzgar las condiciones. Ahora y al pie de la canaleta, recuerdo las palabras de los chicos de Mendoza..; el San Bernardo no es una montaña fácil; y menos por la canaleta. La nieve es el más cambiante de los elementos escalables y si bien puede ayudarte; también tapa obstáculos como bloques empotrados o pedreras, sujeta piedras sueltas y con frecuencia te hace las subidas más rápidas y los descensos más simples. Pero también esconde muchas trampas; y las decisiones adecuadas son críticas. Espero que el “guía” lo sepa.
Piolets en mano, y comenzamos a progresar con seguridad en la nieve; yo aprendo –no se si es oportuno hacerlo hoy.-Algunas aplicaciones prácticas, pero como todo en la vida –creo- se aprende haciendo. Los piolets me sirven de apoyo, autoseguro y espero que no de freno.. se trata de un largo y monótono ascenso, a cada paso nos hundimos un poco; tratamos de adaptar el paso a un ritmo sostenible y que se pueda mantener por las próximas 4 o 5 horas que nos quedan hasta la cima.
Por ahora hay 50° o 55° de pendiente y según los libros, ya hay que considerarla “pendiente fuerte”. El viento sopla muy fuerte pero extrañamente lo hace desde abajo hacia arriba, así que no molesta; sino que ayuda a sostener el paso y el equilibrio.
Vamos por una canaleta muy grande, cara sur, que ayudada por el intenso frío invernal y por su disposición oculta del sol prácticamente durante todo el día. A veces encontramos nieve polvo, pero en otros lugares, se nota que las radiaciones solares, la temperatura, el viento, la humedad y la fuerza de la gravedad, la transforman en dura. Apenas se pueden clavar los grampones. Por ahora es mejor que esta canaleta no esté en una cara soleada, porque sería mucho más profunda e inestable, y el riesgo de alud sería alto; además tendríamos problemas para abrir huella, nadie quiere abrir..
Habitualmente no hay que preocuparse por el tiempo del momento, sino por el tiempo que hizo antes, una buena helada en una noche limpia después de varios días de lluvia o temperaturas altas, garantiza encontrar nieve dura y excelente hasta que el calor del día vuelva a ablandarla; sin embargo una nevada seguida de días fríos, hace que la nieve no se estabilice, que permanezca suelta y con peligros de avalancha. Lo mismo para el hielo. Con altas temperaturas, el hielo es fácil y rápido de escalar, pero hace incierta o inútil cualquier protección y por el contrario, una temperatura extremadamente baja hace el hielo duro y estalladizo, y muy difícil de escalar. Dicen que la mejor temperatura para escalar es 0º. Pero no se puede esperar a tener esta temperatura, el color del hielo nos dice mucho sobre su dureza y hoy se ve transparente y esto es símbolo de dureza y fragilidad.
La aproximación sigue siendo larga y ahora es un poco más complicada, una travesía por zonas poco claras… Un collado de 400 metros de desnivel, siempre en travesía hacia la derecha y con una pendiente pronunciada, en su parte final, cerca de lo que se conoce como “La capillita”, una pendiente de 60º en nieve muy dura. Por último una arista estrecha, venteada y con subidas y bajadas nos debiera depositar en la cumbre de 4300 metros.
Dudamos mucho, vamos por acá; o por allá...; empezamos a subir, con mucha precaución, según ascendemos vemos que el tiempo parece acertar y que va poco a poco abriendo, aunque el sol, no sale. ¡Que paisajes!!!… En pleno corazón de Vallecitos de a poco se van las nubes y se pueden descubrir algunos picos, la cara sur del cerro Colorado de 5200 metros, la súper canaleta del cerro Rincón también con sus 5200 metros; el Stepanek con sus 4200 metros, el canal sur del cerro Adolfo Calle con sus 4300 metros de paredes que quitan el hipo, glaciares inmensos rodeándote… entre estas cumbres está nuestro objetivo. El San Bernardo. Estamos en 3400 y uno de los chicos comienza a descomponerse; le baja fuertemente la presión, sigue, en 3500 metros, vuelve fuertemente a descompensarse. Me siento mal, yo lo invité.
Yo en cambio me siento pleno; el entrenamiento da siempre resultado
Parada para hidratar, el frío es intenso, son las 12 del mediodía, hay hielo en los costados, pero se sube sin demasiadas dificultades; al menos yo.Todo parece ir bien. Me siento precipitado en algo nuevo, insólito. Tengo impresiones muy vivas, extrañas, que nunca había sentido antes cuando me encontraba en la montaña. Muchas veces pienso en que olvidé mi mp3 que me acompaña siempre. No tengo a Dylan, ni a Zeppellin y de verdad, los extraño.
Ahora hay dos que deciden no seguir, para alguno de ellos es la tercera vez que deja el San Bernardo, no le gusta, le trae malos recuerdos, sufre mucho con esta montaña, no es su montaña. Seguimos subiendo, me siento vital, con mucha energía. No subo en zigzag, sino recto; clavo los crampones de frente con fuerza en la nieve dura, y extiendo el piolet hasta clavarlo, me sostengo y subo como por una escalera. El resto me sigue a cierta distancia. Sólo el “gerente”, sigue el ritmo. El siempre quiere llegar primero.
San Bernardo I (agosto 2008)
El entrenamiento me obliga a seguir algunas pautas y a adecuarme a situaciones, experiencias y posibilidades. Es indispensable tener buena salud..
Sigo corriendo como todos los días mis 15k diarios, me siento bien, este año además voy a correr el medio maratón y el maratón de Buenos Aires, así que todo suma.
Seguro que para una persona que se haya pasado los últimos diez años detrás de un escritorio sin énfasis en mantenerse en forma, una experiencia como la del Aconcagua o cualquier montaña de más de 6000 le puede tomar dos años para recobrar su habilidad física, pero una persona que haya priorizado su estado físico y ha realizado cierto entrenamiento como una parte de su rutina diaria, puede tardar sólo unos meses para estar a tono para las demandas de esta montaña.
Lo primero que necesito es desarrollar la paciencia, para la paciencia en general y para la paciencia para llevar de 25 a 30 kg. de peso usando botas dobles, durante 8 horas por día.
Me gusta ponerme estas zanahorias al inicio del año, me hacen más fácil sobrellevarlo y divertirme...; pienso: entrenar la vitalidad, correr, hacer bici, esquiar, y correr todas las carreras de calle y de aventura que el cuerpo y bolsillo me den; necesito variar las rutinas para prevenir las lesiones. Necesito entrenamiento de peso de resistencia progresivo para mejorar el metabolismo anaeróbico que necesita mucho trabajo muscular. Leo que este tipo de producción de energía humana es alimentado por hidratos de carbono almacenados que no requieren oxígeno adicional para ser puesto a disposición de los músculos, así que los restoranes italianos pasan a estar en primera línea.
Si quiero ser bueno en subir montañas grandes con un gran peso, tengo que empezar por las montañas más bajas con poco peso.
En junio me voy a Vallecitos, a la cordillera Frontal, y puedo hacer la Aguja CABA, un promontorio de piedra de 3400 metros subiendo un nevero con nieve hasta la rodilla en cuesta de 45° y el Loma Blanca, mi primer 4000 invernal.
La cordillera frontal parece ser el lugar ideal para forjar el espíritu de grupo, y las piernas, para las largas jornadas que se vendrán en el Aconcagua. Es como si buscara prepararme mentalmente... saber antes de empezar la subida -y aceptar el hecho que en algunos momentos voy a estar incómodo y que mi cuerpo no va a cooperar- y voy a tener que empujarme.
Reinhold Messner dice “... Experimentarse a uno mismo significa vivir, la vida no es otra cosa que una vital y continua experiencia de uno mismo. Quien no experimenta continuamente cosas nuevas termina estancándose. Quien no tiene sus propias experiencias, sino que se deja conducir por las experiencias de otros, acaba vegetando...” Será esto que me lleva todo el tiempo a buscar nuevas experiencias?, no lo sé pero me resulta lindo y fantástico preguntármelo todo el tiempo.
Entre mayo y julio encadeno semana tras semana, varios picos, crestas y sumo metros de desnivel a mis queridas rodillas por los valles de Mendoza.
Empiezo a sentir de verdad que es más una cuestión de cabeza que otra cosa andar en las montañas, es un placer que lo tenés que llevar muy dentro. El mero hecho de saber el tiempo que vas a tardar desde esa piedra a la otra, es bastante duro, pero por lo contrario esta el aspecto humano, tenés la satisfacción de poder sumar cimas o rutas que te dan más experiencia y por eso te pones enfrente una nueva montaña con una ilusión y una energía, que me descubro solo cuando estoy al pie de una montaña.
Los “platos fuertes” de estos meses son picos fáciles, pero sirven para tener la oportunidad de disfrutar de la alta montaña en todo su esplendor, glaciar, nieve, piedras, frío, vientos blancos, pre-cimas cimas. Al mismo tiempo voy poco a poco familiarizándome con el material que voy comprando, con el factor altura y tal vez con lo más importante; con mi cabeza.
Todo se desarrolla con normalidad y excepto pequeñas curiosidades de los compañeros de montaña que voy conociendo, hacemos los cerros en tiempos normales y sin ningún contratiempo pisamos algunas cimas. El tiempo no nos acompaña mucho y la niebla, las ventiscas y las nevadas hacen su aparición en altura, pero creo que es mejor que estás situaciones aparezcan en 4000 y no en 6000 metros. Bajamos siempre entusiasmados por las cimas. Los nervios y preguntas que aparecen en las noches previas, se disipan con una mezcla de triunfo y cansancio. Cada ascenso es una nueva aventura y tras ir encadenando una cima tras otra, veo que la progresión y el buen ambiente hace que me sienta satisfecho.
Agosto... una vez más me “escapo” a Mendoza, esta vez es el cerro San Bernardo 4300 metros, pero lo interesante es que intentaremos hacerlo por una ruta no normal; el filo que te lleva a la “capillita” queda a la izquierda y nosotros lo intentaremos por el nevero; vamos a usar grampones, piolets, y el el gran protagonista: el hielo.
lunes, 5 de julio de 2010
Lanín III (marzo de 2008)
Último tramo, a través del bosque; me encuentro con un Eichenbaum (roble), arranco algunas hojas de Eiche para traer a Buenos Aires, este árbol es muy significativo para mí; sobretodo por el simbolismo de lealtad y fortaleza.
La luz del sol parece filtrarse por un crisol entre los huecos que dejaban los cúmulos cincelados ya por el calor que los evaporaba. Me da un poco de bronca que el sol salga; pero estamos a 700 mts. sobre el nivel del mar, ya estamos casi en la normalidad. Miro la cambiante tonalidad del cielo tras la tormenta que crea una atmósfera de ensueño; me siento como si flotara en aguas tranquilas de un meandro, contemplo las nubes que pasan. Se que tan sólo se trata de ver la belleza que tengo ante mis ojos para olvidar la fealdad de lo que acababa de suceder.
Cuando las nubes se disipan en capas más pequeñas, separadas y blancas, recuerdo algo que me habían contado: que las nubes son balsas para almas que han roto sus lazos con la tierra y derivan hacia el paraíso. A medida que las almas ascienden, los colores se aclaran, se refinan, miro al sol que sae detrás de una nube y una luz intensa arrasa con mis retinas.
La esencia de la belleza sólo puede apreciarse bien cuando se contrasta. El tic-tac de un reloj sólo existe por el silencio que lo rompe. La música es mitad silencio, mitad sonido. Las montañas son para mí los silencios a medias. La paz y la belleza del valle no me dicen nada sin la sombría y amenazante presencia del bloque de piedra que está encima.
Cuando regresamos en la camioneta, busco torpemente el celular, quiero saber si tengo algún sms. Claro... no hay señal, ni la habrá por los próximos 70 km. Sonriendo por lo que pudiera encontrar, lo miro a mi compañero y el sonríe también abiertamente; no sé si porque sabe que busco algo, o porque también lo está disfrutando. Ahora tenemos la situación controlada. Todo va bien. Es para estar contentos. Aunque nuestros planes de subir el Lanín han chacado contra el viento y no podrá ser, me gusta que podamos retirarnos en calma. Tomar decisiones correctas y actuar de manera competente en una situación tensa es tan satisfactorio como triunfar en una ascensión. Haberlo logrado hubiera puesto otra anécdota en mi vida en la montaña. Yo tenía decidido subirlo mucho antes de escribir este relato, así que esto no está planteado como crónica de una escalada y no dependía de que tuviera éxito, ni mucho menos. Lo que me interesan son las barreras psicológicas que tengo que afrontar, los miedos, las flaquezas personales que pueden aflorar.
Las viejas preguntas que me hago casi siempre; adquieren un nuevo significado; conozco los riesgos, qué es lo que empuja a la exploración de lo desconocido ha llevado a la humanidad al punto donde se encuentra hoy. La búsqueda del conocimiento, estar dispuestos a aceptar riesgos para obtener un resultado incierto, ha permitido que la gente progrese espiritual e intelectualmente. El gusanito de descubrir nuevos límites sigue acompañándonos a muchos en todas las facetas de la vida. Los que oímos esa llamada y la llevamos a cabo (en la vida y en la montaña) somos afortunados. Para mí estas cosas y cada vez mas –y aunque a veces duelan las ampollas –en los pies y el corazón- consiste en explorar el alma, y ganar confianza y lecciones, que aprendo intentando algo difícil e improbable. Nuevamente, recuerdo cosas que me han dicho: “no tengas miedo de estar solo con vos mismo en la montaña, cuídate”.
Unos días después y con unas jarras de cerveza en la soleada terraza del hotel nos relajaron lo suficiente como para empezar a hablar de lo que había sucedido. Yo parezco reacio a admitir que la movida había sido peligrosa, hasta el punto en que había empezado a dudar de si la decisión había sido la acertada o no.
Los ascensos tienen mucho de mental, el equilibrio entre atreverse a cualquier cosa o que los nervios puedan con uno es muy sutil. Tal vez seguía pensando que todo es posible cuando uno se deja llevar por lo que siente, y yo seguía pensando, que tenía todo para subir.
Repaso todo lo que he aprendido y lo anoto en la libretita de apuntes. Anoto las pequeñas cosas que me hacen feliz: Testear el equipo; vestirme de “andinista”, comprobar mi buena condición física.
Escalar me enseña como mirar las montañas, leer sus secretos y aprender de las alturas. Más recientemente, pero sobre todo desde que empecé a escribir, me enseña a mirar a la gente (yo incluido); ver nuestro comportamiento, lo que nos cambia escalar. Creo que la frontera de la escalada ya no es técnica o geográfica, sino ética. De eso se debería tratar la escalada: de utilizar la tradición, la ética y la pasión por una actividad para provocar una respuesta más noble en nosotros mismos, eco de lo que nos gustaría ser..
Después de subir una montaña, a veces pienso en que no querría repetirla nunca. La siento única, intensamente personal, y nunca me gustaría perder esa perfecta sensación de ella, o la pasión que me había movido a hacerla. Siempre me pareció que esa pasión como el amor no debería marchitarse. He leído que en el amor no se deben hacer las cosas a medias, que si amas a una mujer, la deberías amar por completo, darle todo. Todavía no se si en este punto he fracasado o no. Las montañas pueden hacerte egoísta, y tal vez por esto uno nunca ama por completo a una mujer... o al menos es lo que a veces me digo a mi mismo. Creo que hay que hacer todo en la vida de manera inequívoca, con generosidad. Sin miedo a perder.
Sentado al sol, tomando otra cerveza y observando de tanto en tanto las montañas que rodean San Martín de los Andes, me doy cuenta que me cuesta dejar las montañas. En cierto modo he regresado a mis raíces, esas que me unen a las montañas, que no sé de dónde vienen.
Lanín II (marzo de 2008)
Siempre vuelvo a lo mismo: las montañas no parecen estar al tanto de lo que es justo o deja de serlo.
Preocupado por el viento no soy capaz de conciliar el sueño, escucho los estruendos que golpeaban contra la carpa. Durante un tiempo hago chistes pero mis compañeros de carpa, ya no están de buen humor. Ellos están aterrorizado; la española dice que está asustada; su pareja- intenta contenerla. Yo decido, para no dejarme acorralar por el miedo, y en lugar de obsesionarme con el problema, que hay que encontrar una solución para resolverlo. En general suelo dejarme llevar por la mirada del conjunto, suelo soñar con los ojos abiertos, imaginarme situaciones ideales, -pero que para alcanzarlas– y aunque rara vez lo hago- tengo que superar algunos obstáculos. Tendría que aprender de esto me digo; sobre todo porque me es imposible no pensar en Buenos Aires.
Qué aprenderé ahora, me pregunto; casi todas las experiencias anteriores me han zarandeado hasta la médula. He tenido que aguantar algunas tormentas, reales y metafóricas, que me dejaron una sensación indeleble de vulnerable fragilidad. Generalmente después que pasa una tormenta, me encuentro invadido por una fuerza; que siempre la comparo con correr los 42.195 de Filípides. Cuando termino, siento que puedo hacer cualquier cosa. Con una suerte de exultante confianza que nace del hecho de salir ileso. Cuando supero la “tormenta” y el miedo desaparece, siempre deja lugar al asombro y este asombro siempre crece a medida que voy recordando la belleza de lo que he visto. Las montañas son así de contradictorias. Puedo recordar su belleza, pero nunca consigo acordarme bien del miedo. Tal vez porque la belleza puede verse, mientras que el miedo pasa inadvertido; y siempre es más sencillo recordad la hermosura.
En voz baja, conversamos con mi compañero.
-Sabés que podemos hacerlo –digo-. Hemos visto como es el camino. Todo eso nos ha traído hasta acá. No ha cambiado nada. Si no nos gusta, nos bajamos; sin reproches, sin disgustos. Pero tenemos que convencer al guía.
-Si lo sé. Tenés razón -me dice. Seguro que cuando esté subiendo voy a sentir perfectamente. Es sólo que... bueno, no dejo de ponerme nervioso...
-y? Somos nosotros quienes elegimos el riesgo, no la montaña.
Si- tenés razón.
-Mirá, creo que deberíamos subir mañana y echar un vistazo. Al menos intentarlo, no?.
-Si no da, bajamos todo y nos volvemos.
Exacto – coincidí- Si a alguno de los dos no nos gusta, se acabó el asunto. Nos rajamos y hacemos otra cosa.
-Tiene gracia como nos lo tomamos, no?, me refiero a los riesgos; la manera en que lo afrontamos., te acordás en el Aconcagua?
-y parece que cada vez sea distinto, verdad ?
-nunca me preocupé cuando era más joven, -ah, me dijo, eso porque la experiencia no se tiene hasta que a uno no le hace falta! Ése es el problema!
-el problema es darse cuenta de golpe de que has dejado de ser “inmortal” –digo-
-todo es cuestión de probabilidades. Unos días sos mosquito, otras el parabrisas.
Nos quedamos acurrucados todos en la carpa, en plena tormenta. Sin embargo, yo me siento feliz. Pienso que no siento que soy un mero espectador, impotente y aterrado. El mundo revienta a nuestro alrededor y nos quedamos quietos, inmóviles, hasta que me parece que nosotros también giramos, frenéticos, en la tormenta dando vueltas, desamparados en el espacio, sin ser ya humanos, sin sentir; absorbidos por la tempestad, elementales. Contemplo embelesado como se desataban estas fuerzas tremendas a nuestro alrededor.
Pienso en los suizos; ellos han llegado al refugio del Club Andino Junín de los Andes (El CAJA) y me dicen que ahí, sobre el filo, el viento se siente mucho más.
Miércoles, a las 10.00 la luz tenue del sol se deja mostrar; el viento no ha parado; la nieve tampoco, y decidimos quedarnos un día más y esperar..
A veces no sabemos que decirnos, llevamos 30 horas mirándonos. Luego todo queda en silencio y la tormenta desaparece entre murmullos y chasquidos de enojo, y yo sonrío. Una lluvia tranquila pone fin a la inclemencia
Jueves, 02:00 de la madrugada; el viento casi no se nota; nos preparamos y salimos de la carpa. Estamos listos hace más de 24 horas para iniciar el ascenso. Media hora más tarde estamos usando los grampones, y las piquetas, hay mucho hielo, y porciones de nieve fresca y de nieve polvo detrás de las grandes piedras; salimos con destino el Plateau de los 3.000 mts. Bajo el ondulante haz de luz de mi frontal, observo lo lindo que muerden el hielo mis grampones. Nos movemos con cuidado en la oscuridad. El guía espera siempre al resto; sobretodo a los españoles y al economista porteño- que viene muy atrás.
Ahora me toca a mí esperarlo. se paró y se inclina hacia delante con su piqueta para apoyarse y recuperar el aire.
¿qué tal vas? –pregunto-
muy bien –me contesta- Sólo un poco cansado.
Si seguimos a este ritmo seguro no tendremos problemas.
Parece un senderista en actividad; era economista, en estos dos días sólo había abierto la boca para quejarse de las intromisiones del Ministro de Planificación en “su” Ministerio y por eso se había ido al sector privado. No esquiaba, ni tenía experiencia en hielo me había dicho la tarde anterior pero había subido con guía a unas cuantas montañas.
-mierda, esto resbala muchísimo –dije-, al mismo tiempo que tomo aire y basculo mi cuerpo. El peso de mi mochila y el viento que nuevamente aparece me hace perder el equilibrio tirando de mí hacia atrás y eso me impide empotrarme en la postura que quiero. Me siento torpe y estos grampones, no se agarran bien en el hielo podrido. Durante un momento me siento eufórico. “estamos en el Lanín”. Por fin!, no llevas más que un par de horas en hielo y nieve, pero para mí es un momento trascendental. Incluso –pienso-, si nos dámos la vuelta en este mismo momento, podré darme cuenta lo que estoy disfrutando.
-¿animado? Pregunto.
-si mucho –dice mi compañero, y supe que sentía lo mismo que yo. El mero hecho de estar ahí ya era importante para nosotros. Noté cómo me liberaba de un montón de preocupaciones mientras estudiaba los próximos pasos. La emoción me embarga. Todo me resulta familiar, los movimientos, prepararse el material, el sonido de la montaña, un silencio roto de tanto en tanto por una piedra que cae... me doy cuanta de lo mucho que extraño cualquier montaña.
El economista “liberal” camina con dificultad; de pronto su bota resbala, junta la pierna para recuperar el equilibrio. Tal vez, como sabe que no es más que un paso, lo único que necesita es darse más valor, consciente de que luego será más fácil. La manera de recuperar confianza en la montaña –y creo que en la vida- es enfrentarse al miedo que te hace perderla. Quizás... receloso ya por lo traicionero de las condiciones, alcanza este punto crítico. Recular y recurrir a la cuerda es como admitir el fracaso. Podría dar rienda suelta a los miedos que acabaran con la confianza que le quede. Lo mira una audiencia atenta y ansiosa.
Es posible que sienta que no puede echarse atrás; apenas un paso largo y recuperará su aplomo. Es el momento de ser bravo. Para eso esta acá.
Pensamos que la nieve está dura; pero no tanto; el cielo no está despejado; no hay luna a la vista y si hay viento. Las condiciones no son las mejores. Pasamos por la derecha del planchón de nieve, evitando un sector de grietas.
Yo también me he detenido muchas veces ante un movimiento particularmente delicado. He dudado mientras trataba de reunir valor y luego he superado o alcanzado un agarré mínimo. Luego suspiro de alivio. Es la esencia de la montaña. Durante un momento que parece infinito, todo se concentra en el resultado de un 8cambio de peso, un gesto calculado del que depende todo el resultado de la escalada.
A las 6 de la mañana y después de un agotador ascenso de apenas 500 mts., el viento empieza a soplar con cierta intensidad. Le sumamos además algunas caídas de la pareja de españoles; y el guía, por una mezcla de seriedad y negocio decide que es más seguro volver. Propongo quedarnos en las carpas hasta que el viento pase, pero no hay quórum. Nadie, excepto mi amigo quiere esto. A las 10:00 estamos nuevamente desayunando, te y galletitas con salame.
11:00; iniciamos el descenso. Nosotros no queremos bajar rápido. Sabemos que el guía tiene otro compromiso y se lo queremos hacer difícil, además tal vez mañana si podamos subir sin problemas.
Paramos a tomar otro té, justo sobre unas piedras que usamos de reparo, veo las diminutas figuras de los tres suizos y su guía, aparecen en la pendiente, casi llegando al sendero de las mulas. Bajaban a buen ritmo y de no haber encontrado tanto viento y nieve, por la condición que tenían hubieran hecho cumbre. Parecían buena gente, con talento, modestos, y afables... me puse contento de volver a verlos nuevamente.
Lanín I (marzo de 2008)
Ahí -creo- empiezo a programar cómo ascender; me pregunto si lo haré sólo o con compañía, con guía o sin ella; qué es necesario; qué debo aún comprar, tendré que cambiar algún material..; tendré que actualizar algo. Ya veré, por ahora tengo que empezar a entrenar. A entrenar duramente; todavía quedan tres meses. Por la norte o por la sur..
Salgo a correr 10 o 12 K. por día; hago un poco de natación y algunas veces, cuestas donde se pueda en Buenos Aires. Aprovecho un viaje a Brasil y ahí a la Chapada Diamantina, en Bahía para hacer un poquito de trekking y escalada en roca y por último planifico una ascensión más que rápida al Champaquí en Córdoba, de 2882 mts. en un día y medio, saliendo de Buenos Aires a la noche del viernes y regresando a la noche del domingo; y todo en ómnibus. Ya a finales de diciembre me siento bien, de a poco se me abre un panorama inmenso, siento que tengo toda la energía del mundo y que puedo subir la montaña que quiero, y espero poder festejar en marzo o abril el ascenso a uno de los emblemas –junto con el Domuyo- de la Patagonia...” El Fitz Roy está afuera de estos símbolos sólo porque se trata de un tema más que serio, al menos para mí.
Cuando entreno los U2, cantan ”I Still Haven Found What I’m Looking For”... “ I have climbed highest mountains; I have run through the fields, Only to be with you, Only to be with you”, de a poco llega marzo, tengo todo listo para salir, y como algunas veces no tengo conciencia de tener que viajar. El verano no se va; tengo inmensas ganas de vivir, fluye la música, los libros que aún me son necesarios leer, esas impresionantes ganas hacen que quiera detener el tiempo en este instante; de a ratos las montañas se me confunden, es como si el Lanín no fuera un desafío. Pero no; tengo todo listo..
Siento mucha excitación, el volcán está cada día más cerca; paseo por la ciudad, visito el Museo, veo una muestra de Quinquela Martín.
Desayuno y salgo a recorrer nuevamente la ciudad, y dejo que el tiempo transcurra mientras recorro un pequeño mercado de frutas y verduras hasta el mediodía; después siguen los libros, el café en la avenida central; más cafés, más libros, diarios; pienso mucho, pienso que ya no seré el mismo después de ver y sentir algunas realidades; al menos yo no puedo.
Domingo, llega mi compañero desde Mendoza y en un rato estamos en el ómnibus hacia San Martín de los Andes, pasamos Cutral-Co; Zapala, Junín de los Andes y finalmente San Martín.
Siempre es bueno un amigo cerca; los temas fluyen; todo tiene actualidad la vida; los éxitos, los fracasos; la muerte, un libro sobre la relación de un padre con un hijo, y los múltiples caminos que un libro así puede a uno llevar. En un buen rato nos hospedamos, cenamos cordero patagónico, con malbec argentino, y comenzamos a trabajar con lo que queda, abrimos los mapas, vemos los senderos, calculamos tiempos, y aprovechamos para ver el parte meteorológico.
Mañana estará bueno el día, no habrá vientos, y la presión atmosférica estará por encima de 1200.
Aprovechamos a pasar por la oficina donde hemos tenido que contratar al guía; por una nueva disposición y por las grietas que se abrieron cerca de la cumbre; la Administración de Parques Nacionales, junto con el negocio de los guías locales, limitan los ascensos y obligan a contratar guía. La mera idea de subir con un guía me hace sentir un poco raro. Eso, para mí es una especie de aberración. Creo haber aprendido a subir por mi cuenta. Creo ser independiente, y la idea de tener que pagar para que otro me suba me suena a la antítesis de lo que aspiro a hacer en las montañas. Aparte del gasto, no me dejarían hacer mi experiencia. A decir verdad la idea de subir sin guía es porque uno quiere subir siempre con un amigo con el que ha planeado el viaje, el ascenso..., con alguien de confianza, alguien que piense lo mismo que yo de la importancia del ascenso.
Si bien he andado en la vida y en algunas montañas en solitario y físicamente y técnicamente estoy –creo- capacitado para subir en solitario, mentalmente tal vez estoy mal preparado para ello. Muchas veces subir montañas en solitario me hace encontrarme solo, y echar en falta el placer de compartir la aventura. Siempre he admirado a quienes son capaces de escalar en solitario. Es un gran reto La expresión más estética que puede alcanzarse en una montaña: la destreza de una persona, su nervio y su autocontrol contra la montaña. El escalador se desconecta del mundo y entra en una dimensión que pocos nos atrevemos a tentar. Exige respeto, aunque uno crea que supone un acto de locura. Siempre que veo a alguien escalando en solo, me pongo cuidadosamente de su lado. Pero bueno; teníamos nuestro guía.
Lunes, 10:30 puntualmente llega el guía; chequeamos los equipos; por suerte todo está ok; grampones, piquetas, cubrepantalones; polainas, camperas, guantes, gorros, mochila, primeras y segundas pieles, bolsa de dormir, etc. Al mediodía salimos a caminar, hacemos un trekking liviano de 10k, con una pendiente suave, y aprovecho para probar las botas.. me sacan las primeras ampollas, pero creo que soportaré bien el ascenso de mañana.
Martes; 05:30. Me desperté antes de que sonara el despertador –igualmente la pareja del cuarto vecino no me dejaron dormir demasiado-. Me quedo tirado un momento, con los ojos abiertos en la oscuridad, pensando en el día, sintiéndome cada vez más impaciente. Repaso mentalmente la lista de lo que había metido en la mochila; bolsa de dormir, grampones, camperas, primeras y segundas pieles, medias, las botas, cámara de fotos, pilas, piolets, anteojos...traté de pensar si había olvidado algo. Había decidido dejar algunas cosas para ahorrar peso, aunque la mochila pesa 14 kilos..., pero tal vez lo más importante es lo que llevo en la cabeza.
Incapaz para pensar en algún motivo de peso para seguir en la cama, corro el erredón a un costado y empiezo a vestirme.
-perdón te desperté le dije.
-No estaba durmiendo –dijo mi compañero en voz baja-. Llevo despierto desde las dos.
Tomamos un café, bajamos al lobby y nos encontramos con el guía y otro “guiado” y salimos hacia la base del volcán; allá nos espera la gente de Parques Nacionales. Tenemos 112k de una ruta lindísima, y de repente aparece el volcán, majestuoso, blanco en su cima, con algunas nubes que lo cubren, gobernando la mejor vista del lago Tromen. Las cumbres de la cordillera patagónica forman un fondo espectacular para la vista; al otro lado Chile y los valles verdes. A las 08:45 nos registramos en la seccional Río Turbio (Tromen) y de ahí ya tengo a la vista la cara norte.
Nos encontramos a dos españoles y tres suizos que también suben.
Tenemos media hora de bosque cerrado que hace que compartamos parte de nuestras historias y nos ayudan a escuchar a los otros. En poco tiempo de trekking aparece una pampita relativamente corta y luego se ve la famosa espina de pescado, un filo de 3 kilómetros de largo con una pendiente que a veces llega a 30º. Tranquila para subir y la mochila con los 14 kilos casi no se siente. En una hora ya estamos llegando al camino de las mulas.
Un pequeño sendero de 5 kilómetros de largo, un poco más exigente; que tiene una pendiente de hasta 45º. Acá si se sienten las piernas, pero la preparación ha sido más que buena, y me siento muy bien subiendo. Después de poco menos de tres horas, casi una hora menos de lo planificado llegamos al refugio del Batallón de Infantería de Montaña Nº 6, el BIM6 como me suena mejor...
Un buen rato para curar las ampollas, que son muy dolorosas, me saco las botas, les pongo duck tape, pienso lo mucho que me van a doler mañana..., pero bueno ahora a descansar un poco y a almorzar. Tengo hambre, y como tres hamburguesas con palta, tomate y lechuga, después salgo a caminar un rato para ver el paisaje. Siempre en mente. Me siento al cubierto de un muro de piedras que estaba levantado intencionalmente cerca de la carpa, para tapar el viento y se acercan los españoles; que me ofrecen una taza de té, que acepto agradecido.
-Por ahí es por donde vamos mañana dijo. No le contesté porque había vuelto a mirar al cielo y lo que vi me tenía preocupado.
-No hay que enojarse colega me dijo el- y giró para fijarse en lo que yo estaba mirando. El cielo hacia el sur-oeste estaba lleno de oscuras nubes de tormenta. Su desarrollo vertical era tan rápido que las cumbres parecían bullir y se veían crecer minuto a minuto-. Lo tenemos claro. Esa mierda va a descargar en cualquier momento.
-Se desarrollan muy deprisa. Ya me había percatado que el viento estaba aumentando; es el frente que empujan esos cumulonimbos. Se están uniendo unos a otros. Vamos, adentro de la carpa cocina. Puede que dure poco y mañana podamos salir.
La sensación que tenía era más bien de expectación por el giro que estaban tomando las cosas. La tormenta se hace espectacular y en cierto modo hasta disfruto de ella.
Son las 17:15; el frío aparece; no es mucho pero debemos tener alrededor de 5º, el sol se está yendo y los 2500 mts. de altura ya nos ofrecen además de un poco de viento, nubes muy bajas y algo de neblina con gotas; no es lluvia pero el clima ha cambiado en apenas dos horas.
Duermo un rato y a las 18:30 llaman a cenar. Antes chequeamos el equipo que llevamos mañana.
-Si el clima está bueno saldremos a las 03:00 de la madrugada, dice el guía, y no habrá luz. Probamos los grampones, los ajustamos; las piquetas y las frontales. Preparamos las mochilas y nos vamos a dormir al menos unas horas, antes de ponernos en marcha a la madrugada. Como mañana tendremos que usar las frontales por al menos 6 horas, hay que cuidar las pilas; las sacamos; y las ponemos junto a las de la cámara y a las de recambio del mp3 dentro de los bolsillos internos de nuestra ropa, la temperatura bajará aún más y no podemos correr el riesgo de que se descarguen. En 40 minutos estamos todos; además de los dos guías, cenando espaguetis con crema.
A las 19:00, el viento empieza a soplar cada vez más fuerte y los guías nos dicen que si el tiempo está malo, deberemos seguir dentro de la carpa hasta que pase.
Entramos a la carpa; acomodamos las bolsas, y nos metemos. Yo cierro mi bolsa y pongo el mp3; escucho, casi como una coincidencia de dos años atrás en el Aconcagua a Bob Dylan,, aparece I’ believe in you, Hurricane y los Rolling Stones . El viento es cada vez más fuerte; dicen los guías que sopla a 80km./h. Y que debemos quedarnos dentro de la carpa.
Hace frío y reina el silencio. Por lo que han dicho, a primera hora del día subiremos, aún sin luz natural, por esos hielos y luego atravesaremos por debajo de la mayor de las leguas de hielo hacia el acarreo, absolutamente lleno de piedras que baja por el flanco derecho del volcán.
Técnicamente no parece difícil y yo se que si caminamos con cierta concentración y determinación podremos evitar los resbalones. Pero ahí esta –tal vez unos de los problemas; los españoles no tienen tantas ganas de probar si son buenos en hielo; ellos sólo quieren ver si pueden ofrecer un servicio de guiada para turistas.
La única manera de conocer los límites de lo posible en uno es aventurarse un poco más allá de ellos, hacia lo que a veces parece imposible. Actuar sin temores o quedarme paralizado dejando pasar de largo "valiosas" oportunidades. Valoro mis cualidades, mis logros y capacidades, y fomento cualidades positivas. Analizo mis límites, intento superarlos o aceptarlos si no es posible. De esto se tratan mis historias.